Vicenç Navarro
Mi maestro Gunnar Myrdal solía decir que antes de tomar medidas macroeconómicas es aconsejable ser escéptico de lo que la sabiduría convencional en un país aconseja hacer, y nunca aceptarla sin más. Frecuentemente –me decía-, la sabiduría convencional está equivocada. Y la situación actual es un ejemplo de ello. Hoy, las autoridades financieras y económicas de la Unión Europea (desde el Banco Central Europeo al Consejo Europeo y a la Comisión Europea) y las autoridades económicas del gobierno español y del mayor partido de la oposición (así como del Banco de España, de la patronal y de la mayoría de los medios de información y persuasión del país) han alcanzado un consenso en cuanto a las líneas generales de lo que el estado español debería hacer para salir de la crisis. Ni que decir tiene que hay diferencias significativas entre los partidos con representatividad parlamentaria, así como entre el gobierno español (cuyas últimas propuestas tienen elementos positivos y otros muy positivos, pero también elementos bastante negativos y otros claramente insuficientes) y el partido de la oposición (cuyas propuestas incluyen una serie de medidas sumamente negativas). Diferencias, pues, existen. Pero, en cambio, tanto el gobierno como el partido conservador coinciden en lo que constituye la sabiduría convencional delestablishment de la UE. Todos ellos indican que hay que reducir el déficit y la deuda pública que –según ellos- están impidiendo la recuperación económica. El problema con esta sabiduría convencional es que está profundamente equivocada. Y además es fácil demostrarlo. Veamos los datos.
El mayor problema que tiene la economía española no es ni el déficit ni la deuda pública; es el elevado desempleo. Lo mismo en cuanto a la Unión Europea, aún cuando el problema en España es incluso mayor, pues el desempleo es muy superior en nuestro país. Creerse que bajando el déficit y la deuda van a reducir el desempleo es no entender cuál ha sido la causa del enorme crecimiento del desempleo. No es el déficit el que ha creado el elevado desempleo sino al revés, es el desempleo (y especialmente la ralentización del crecimiento económico que han determinado el crecimiento del desempleo) el que creó el elevado déficit. En realidad, más de la mitad del crecimiento del déficit en la mayoría de países de la Unión Europea se debe a la bajada de ingresos al estado, consecuencia del descenso de la actividad económica (ver mi artículo “Los errores de las políticas liberales” Público 25.02.10). No hay, pues, una relación causal que explique el desempleo como consecuencia del aumento del déficit y de la deuda pública. Bajar el déficit, y la deuda, no disminuirá el desempleo. Creerse lo contrario es estar todavía imbuido de la religión liberal que impregna la sabiduría convencional. Y hablo de religión porque se reproduce a base de fe en lugar de evidencia científica.
En realidad, al disminuir el déficit crecerá el desempleo, empeorando todavía más el problema. Esto es lo que le pasó al Presidente Roosevelt en el año 1937, cuando al creerse que estaba ya remontando la economía, saliendo de la Gran Depresión (consecuencia del gran gasto público), redujo el déficit recortando el gasto público. La reducción tuvo un impacto inmediato: el desempleo creció de nuevo (ver mi artículo “Roosevelt versus Obama”. Sistema, 24.07.09). Y esto es lo que ocurrirá en la UE y en España. La reducción del déficit retrasará su recuperación económica. No hay vuelta de hoja. La evidencia histórica es clara. Aquellos que dicen que ayudará a que el desempleo baje tienen que explicar cuál es el mecanismo por el que la bajada de déficit llevará a una mayor ocupación.
La causa mayor del desempleo en la UE y en España es el desarrollo de las políticas liberales, que ha reducido la capacidad adquisitiva de las clases populares, que suplieron (a fin de sostener su estándar de vida) endeudándose. El colapso del mercado de crédito creó un enorme problema, cuyas consecuencias son el enorme desempleo. Pero, por otra arte, el enorme enriquecimiento de las rentas superiores no significó un aumento en inversiones productivas, sino en actividades especulativas que crearon una falsa riqueza. El centro de tales actividades fue el complejo bancario-inmobiliario, enormemente especulativo, causante de la burbuja inmobiliaria que, al romperse (pues estaba basada en una riqueza artificial, no real), colapsó el mercado crediticio, causa del problema económico cuya consecuencia es el enorme desempleo.
Los datos están ahí, y son fáciles de ver, a pesar del esfuerzo liberal, que trabaja en los medios liberales 48 horas al día, para indicar que el problema lo ha creado el estado “que gasta demasiado”, un gasto exuberante, que como decía el gurú de los liberales, Sala i Martín, necesita ser disciplinado por los mercados financieros (La Vanguardia. 17.02.10). Los que debieran estar más disciplinados y más regulados no eran los estados, sino los mercados, medidas a las que los liberales se opusieron.
La falta de demanda por parte del sector privado requiere que sea el sector público el que gaste, invierta y cree empleo. En realidad, el mejor indicador de que la explicación que dan los liberales es errónea (atribuyendo la crisis a la exuberancia y gasto excesivo de los estados del Sur de Europa) es que tales estados son los que tienen el gasto público por habitante más bajo de la UE. ¿Dónde está la exuberancia pública? En realidad, como reconocía en un momento de candor el mismo Sala i Martín, lo que los liberales están haciendo es tomar como excusa la necesidad de salvar el euro para reducir todavía más al Estado. Tal autor escribió que “la excusa de que Europa lo requería fue muy útil para hacer las reformas” (La Vanguardia. 17.02.10) que naturalmente eran las reformas liberales. En realidad, la deuda pública española, tanto la existente ahora como la que se prevé en diez años, será menor que la del promedio de la UE (y mucho menor que en EEUU, Gran Bretaña y Japón). ¿Dónde está, pues, el problema?
Gasto público social como parte de la solución
Lo que debería hacerse es aumentar significativamente el gasto público en inversiones que creen empleo, siendo una de ellas en los servicios del estado del bienestar tales como sanidad, servicios sociales, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, vivienda social y educación, entre otros, sectores que tienen menos empleo público que el promedio de los países de la UE-15 (España 13.35% de la población activa, UE-15 17.34% de la población activa, en 2006). Existe un enorme déficit de empleo público social en España, del cual las élites políticas, mediáticas y económicas del país no son plenamente conscientes, al no utilizar los servicios públicos. Por cierto, gasto público social no es sólo pensiones y gastos en cobertura de desempleo. Cuando el gobierno Zapatero indica que sus políticas mantienen el gasto social, ignora que el gasto público social incluye no sólo las transferencias (seguro de desempleo), sino también los servicios públicos del estado del bienestar, que están siendo recortados al reducirse las aportaciones del gobierno central a las CCAA, que son las que gestionan tales servicios. No es cierto, pues, que el gasto social no se esté reduciendo. Se está reduciendo, y mucho. Y ello es negativo, no sólo para la calidad de vida de las clases populares (que son las que utilizan tales servicios), sino también para que se produzca el crecimiento económico y la creación de empleo.
Tal expansión del gasto público debiera hacerse mediante un aumento de los impuestos directos, aumentando la progresividad fiscal. El incremento de los impuestos de los sectores pudientes de la población (que ahorran más que consumen), con inversión de los fondos así recaudados en las clases populares (que consumen más que ahorran), es no sólo un elemento de equidad, sino también de eficiencia económica. Creerse que la mejor manera de estimular la economía –como los liberales sostienen- es bajar los impuestos, es desconocer la enorme evidencia que muestra lo errónea que es esta suposición. Bajar los impuestos ahora significaría para las rentas superiores un aumento del ahorro (que es precisamente lo que no queremos) y para las rentas medias e inferiores, una reducción de sus deudas, pues utilizarían el dinero –resultado de la reducción de sus impuestos- para pagar sus deudas. En ningún caso aumentaría significativamente el consumo, que es precisamente lo que se necesita, pronto y rápido. La economía necesita un crecimiento rápido de la demanda, lo cual se consigue mediante el gasto público orientado hacia las clases populares –creando empleo-, que son las que consumen más y ahorran menos.
Un gobierno socialdemócrata debería ser sensible a este cambio de rumbo, pues la continuación de sus políticas de apaciguamiento de los mercados especulativos, reduciendo el gasto público es, además de erróneo, políticamente suicida: le significará un elevado coste político que el país no puede permitirse. La victoria del mayor partido de la oposición significaría el retroceso más grande que hayamos visto, no sólo en la dimensión social sino también en la económica. Sus políticas dañarían enormemente la calidad de vida de las clases populares. La evidencia de ello es abrumadora. El país no puede aguantar una victoria del PP. Pero el gobierno ha estado facilitando esta victoria, olvidando qué pasó con la socialdemocracia alemana cuando llevó a cabo las reformas liberales que ahora propone el gobierno español. Aquel partido pasó de ser el mayor partido socialdemócrata europeo a ser un partido cuyo estado minoritario compite con otros tres partidos. España necesita un gobierno auténticamente socialdemócrata, aliado con los partidos que están a su izquierda, que deberían tener mayor peso político, y a los que hoy se les niega por un sistema electoral que les perjudica. Pero, por la vía que se sigue, nunca se llegará a ello.
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